Rehabilitación de Oficinas en la Calle Lope de Vega, Madrid

Rehabilitación de oficinas Pelonio en Madrid

Rehabilitación en la calle Lope de Vega

Con el respeto a esa forma de hacer y pensar. Sólo oímos. Sólo escuchamos. Nos llevó tres semanas. Oyéndolo, descifrándolo, navegando por el vacío de Pelonio. Para dar con una solución, que será la nuestra, pero será una solución por escuchar, sólo escuchar.

En el fondo,  no somos más que psicólogos del espacio. Queremos oír-lo y no hablar en boca de él. No queremos imponer, sino escuchar, dialogar con ese espacio bello que pide a gritos que alguien lo escuche. Quizás nunca logremos entenderlo, pero seguro que descifraremos criptogramas entre bóvedas y muros, con esa búsqueda de voces ocultas y escondidas que atrapa el tiempo y la memoria. Obsesionados, por el lugar. Por lo mágico. Por la condición abierta de Pelonio. Por su hacer. Es todo arte, ideas, imaginación. Esa imaginación que impregna el espacio, que lo invade todo. Se nota al respirar, al andar –sigiloso- por sus baldosas pintadas. Las ideas ocupan todo el espacio, lo saturan, lo centran sin notarse. ¿Por qué nadie eleva la voz? Hay una temperatura de voz reglada, sin saberlo. Se manejan ciertos códigos que hacen mágico un ambiente: un zigzageo de cintura femenina, un paseo en patinete, un perro centenario que nació allí al construirse los cimientos del edificio, un laberinto sin sentido, un trabajo incipiente, una estrella, años de reflexión, el eco de unas fiestas paganas, un perfume –sí de alguien, todos los días-… y todo. Y encima nos piden actuar en ello. Con el respeto a esa forma de hacer y pensar. Sólo oímos. Sólo escuchamos. Nos llevó tres semanas oyéndolo, descifrándolo, navegando por el vacío de Pelonio. Para dar con una solución, que será la nuestra, pero será una solución por escuchar, sólo escuchar.

Ahora nos toca dialogar: proponer, acercar, respetar. Cuánta arquitectura ha desaparecido por no respetar! Ni escuchar.

No intervenimos. Nos interviene el lugar. Nos capta para expresarnos. Nos pide que lo despojemos, que se quede como está. Desnudo.

Pero es tímido, estereotómico, introvertido.

Quizás algo pudoroso.

Sabe que el tiempo no ha sido su aliado. No entiende de cirugías, pero las tiene: desprovistas de sentido. Y sensibilidad. Se conforma con una luz sencilla pero no sabe que lo apaga. No entiende por qué está triste, si un día fue radiante y feliz. Entendemos.

Por eso suplica que no actuemos.

No quiere más experimentos en su piel, en sus tripas, en el espacio que fué y sigue siendo.

No más actuaciones individuales, de construcciones insensibles, de opiniones rápidas.

No más electricidad improvisada, no más elementos yuxtapuestos, no más elecciones por impulso. Por fuerza. Inconexos. Imantados, claro.

Y actuar sobre todo ello. O mejor. “Desactuar”. Actuar desnudando. Desgajando.

Poniendo orden, Articulando. Unificando.

Desnudando

Limpiamos, nos quedamos con la piel desnuda y elegimos materiales básicos.

Limpiamos todas las bóvedas, las pintamos, de blanco, indudable. Ordenamos la instalaciones de electricidad y de calefacción. Organizamos, adaptamos. Reconstruimos. Iluminamos. Ocupamos.

Todo básico:

Madera: de roble, sin tratar. O no. En mobiliario, en puertas, en ventanas, parte de pavimento.

Fieltro: en cortinas, en cojines, en detalles.

Iluminamos: con luz de superficie, adosada a bóveda, en carril. Para mayor libertar, sin invadir el espacio. Todo el espacio queda libre: nada quita protagonismo a las ideas.

Es el velo con el que tratamos la desnudez. Donde escondemos el pudor. Para que sienta y respire. Mejor. Elemental. Sin añadidos.

El cliente lo fue todo: confió. Pocos como él, muy pocos.

Lo demás es por adición. Pudiendo ser o no.


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